jueves, 6 de enero de 2011

¡Qué viva la diferencia!

No hay diferencia más grande que la que existe entre los términos diferencia y diferencía. Lo que los distingue es que diferencia puede ser la conjugación del verbo diferenciar en presente de la tercera persona del singular –él o ella—:

Norberto no diferencia bien entre combinar y armonizar los colores.

O el nombre femenino que denomina la cualidad o accidente por el cual algo se distingue de otra cosa, la variedad entre cosas de una misma especie o la controversia, la disensión u oposición de dos o más personas entre sí –DRAE—:

La diferencia entre las bromas de Pedro y Juan es que las de Pedro sí caen bien.

En tanto que el término diferencía simplemente no existe.

Ahora bien, ¿por qué decimos diferencía o diferencío? Pues la verdad es que, a ciencia cierta, no lo sabemos. Suponemos que ocurre porque eufónicamente parece mejor, porque es una manera de romper el diptongo, o porque creemos que el acento nos sirve para diferenciar el verbo conjugado del sustantivo; pero una razón exacta, no la tenemos. Sea como sea, la única manera de conjugar este verbo es sin tilde, como en el siguiente ejemplo:

Todavía no diferencio muy bien entre lo que para ti es que yo haga un juicio de valor o sólo te dé una opinión.

Y lo mismo podemos decir de los verbos financiar y negociar, porque no les puedo contar que:
Mi padre financía mi educación.
Sino que:
Quien realmente financia mis estudios es mi madre.
Ni tampoco que:
Javier negocía bien la venta de los espacios publicitarios.
Porque:
Es Matías el que realmente los negocia muy bien.

La clave, según el Diccionario Panhispánico de dudas, es conjugar estos verbos como lo haríamos con el verbo anunciar:
El presidente anuncia que a partir del 1 de agosto se subsidia el costo de la leche.
Les anuncio que hoy es el último día para pagar.

Sin acento y sencillito.

Así que, cuando se atore a la mitad de una conversación pensando si lo correcto es decir diferencia o diferencía, recuerde que lo exacto es anunciar: ¡que viva la diferencia!

¡Te me lo tomas todo!

La gramática tradicional que nos enseñaron en el tercer año de primaria afirma que el objeto indirecto –OI; también conocido como dativo— es aquel nombra al ser u objeto que recibe daño o provecho de la acción del verbo; es decir, nombra al ser u objeto sobre el que recae la acción del verbo en forma indirecta.
Hay algo más acerca del OI que, aunque lo usamos frecuentemente, la mayoría no registra. Se trata de un uso mediante el cual el sujeto de la acción se involucra en ésta indicando un vínculo estrecho de sentimiento o de interés respecto de lo sucedido en expresiones como cuídamelo mucho, estúdiame la lección, te me lo tomas todo, no me le des de comer tanto al niño. El me es una forma de OI comúnmente llamado dativo ético, que añade un matiz subjetivo al implicar al hablante como persona vivamente interesada y profundamente afectada por el proceso o la acción a que hace referencia el enunciado. De ahí que el dativo ético se considere un elemento de carácter muy expresivo y enfático, que encontramos sobre todo en la lengua coloquial, exclusiva del español y muy característica del español mexicano.
“Te me lo tomas todo” es más expresivo que tómatelo todo, pues significa: No quiero que te lo tomes, sino espero, deseo y me interesa que te lo tomes. Por medio del me, el hablante se incluye en la acción que se desarrolla. ¿Quién no escuchó en su infancia te me vas a lavar las manos o, ya más grande, te me vas a molestar a la más fea de tu casa? Expresiones como éstas no implica que el hablante esté a punto de una crisis nerviosa o a punto de quitarle la vida a quien lo escucha, pero si formulan quejas o preocupaciones que son más explícitas y expresivas que si se omitiera el adjetivo pronominal posesivo con función de dativo ético me.
El dativo ético es una construcción propia del español. Por ejemplo, los franceses dicen lloran mis ojos, mientras que nosotros decimos, con dativo ético: me lloran los ojos, como si dijéramos: lloran mis ojos, los que yo estimo tanto por ser míos, y todo esto se condensa en la forma de interés afectiva del dativo ético: me lloran los ojos.
Probablemente, el mayor encanto del dativo ético radica en la posibilidad de transmitir, mediante una palabra monosílaba, todo un desgarrón emotivo que seguramente no se podría expresar por medio de otras palabras de más arresto, fuerza y enjundia.

El punto y coma

El punto y coma está desapareciendo como los osos.

El punto y coma es el negrito en el arroz y una especie en peligro de extinción, porque, además de in-comprendido, se evita muy a menudo. No falta quien crea que debe ser expulsado de todos los textos, pues considera que quien lo usa está en las ligas mayores ortográficas. El asunto ha llegado tan lejos que en los diarios en español está en franco desuso. Un análisis de varios periódicos dio como resultado bocas desencajadas como la del león al que se le atravesó Hércules:
Milenio: 40
Reforma: 23
El Mundo: 18 en total –15 de ellos usados por un solo columnista—
El País: sólo cinco.
ABC: ¡únicamente tres!
Es innegable, está en extinción ortográfica, Así que haremos nuestra labor a favor de su uso, que es más sencillo de lo que se cree. Y, para ejemplificar, quien mejor que Borges, de quien se dice hacía uso desmesurado de él:
1. Se usa para enumerar oraciones semejantes y próximas en sentido:
Llegan cajones de armas largas; llegan una jarra y una palangana de plata para el aposento de la mujer; llegan cortinas de intrincado damasco…
2. Sirve para unir oraciones largas e independientes que están escritas en serie:
No lo disputaban dos individuos, sino dos familias ilustres; la partida había sido entablada hace muchos siglos.
3. Se necesita para separar oraciones que son complejas y ya incluyen coma:
Fue forjado en Toledo, a fines del siglo pasado; Luis Melián Lafinur se lo dio a mi padre, que lo trajo del Uruguay.
4. Se utiliza detrás de los conectores de sentido adversativo –que contrapone dos elementos en la ora-ción—: sin embargo, empero, en cambio, no obstante; o consecutivo –donde un elemento es resultado del otro—: por lo tanto, por consiguiente:
Borges admite que su conocimiento es limitado; no obstante, es el suficiente.

Las funciones del punto y coma son tan particulares que no pueden reemplazarse con otro signo or-tográfico. Así, que no le digan, que no le cuenten: el punto y coma sigue dando batalla.

El adolescente, ¿adolece?

¿De qué adolece el adolescente? De exceso de dudas, múltiples cambios físicos y emocionales, falta de independencia, ausencia de respuestas, pérdida de identidad… Aunque de lo que definitivamente el adolescente no adolece es de la carencia de sc, porque el sustantivo adolescente se escribe con sc, lo que no sucede con el verbo adolecer.
Y todo comienza desde la raíz, pues cada uno deriva de diferentes vocablos: adolescente viene del latín adulescens, --entis –o adolescens—, que significa hombre joven y en el que ya se observa la presencia de la sc, y adolecer viene de dolere, que más bien significa doler, pero que dio lugar a adolecerse –o dolecerse—, compadecerse, dolerse, y, más tarde (1251), a adolecer, caer enfermo.
Así que, no hay vuelta de hoja, si usted habla del muchacho o muchacha que se encuentra entre la niñez y la juventud, entonces debe escribirlo con sc.
Ahora bien, si lo que usted va a usar es el verbo adolecer, habrá que puntualizar antes un pequeño deta-lle.
Normalmente se cree que adolecer es sinónimo de carecer, y así escribimos, por ejemplo: Hay quienes piensan que, al vestir, los adolescentes adolecen de buen gusto.
Pero esto es incorrecto, pues adolecer significa:
1. Causar dolencia.
2. Caer enfermo o padecer alguna enfermedad habitual.
3. Tener algún defecto o sufrir algún mal.
Por lo que sí podemos escribir:
Parece que los padres de los adolescentes adolecen de neurosis; pero no, también están confundidos.
O, en sentido figurado:
Y es que, normalmente, la actitud de los adolescentes adolece de indolencia, cosa que los papás resien-ten.
Ahora sí, ya está preparado para afrontar el adolecer del adolescente… Por lo menos si de escribir se trata.